5.11.10

Roma es Argentina, y todos somos tus monos

Cuando llegó por primera vez a Alsina 451, la pensión que lo alojó en pleno San Telmo mientras estuvo en Argentina, Luca Prodan le dijo llorando a Alberto “El Suizo” Villar, su entonces pequeño vecino, aún de pantalones cortos: “Loco, esto lo soñé. Mientras estaba recuperándome de la heroína en Europa se me vino muchas veces al inconsciente esta imagen. Sabía que cuando llegara a Buenos Aires iba a ver todos los días a Roma desde la ventana de mi cuarto. Ahora me puedo morir en paz”. Así empezó su historia en el barrio, que con el tiempo se fue llenando de a poco de mitos alucinantes, verdades incomprobables y muchas, pero muchas historias de droga y rock and roll (nacional).

Lo que veía por esa ventana, por supuesto, no era la reproducción del clásico Coliseo, sino que era la fachada de la Basílica de San Francisco, uno de los primeros edificios que construyó la orden de los frailes franciscanos cuando llegó a Buenos Aires en 1583. Después de varias modificaciones en su arquitectura, la iglesia, que hoy también es museo, había quedado tal como la estaba viendo en 1980 el pelado del asco a la sociedad.

Por ese entonces, nunca se hubiera imaginado que aquella pensión iba a transformarse años más tarde en un espacio de interés cultural, declarado bajo esa categoría por el mismísimo gobierno porteño. Y mucho menos hubiese podido pensar que en la inauguración, sería la gente de Mauricio Macri -ese señor trajeado a punto de casarse con un fiel estereotipo de “La rubia tarada”- la que decidiría quiénes podían ingresar como invitados de honor y cuántos borrachos debían quedarse en la puerta gritando “Luca not dead, Luca not dead”.

En su apertura, el nuevo centro cultural, bautizado "Lo de Luca", prometió arte, delirio y música “de la mejor”. Para que esté habitable, el gabinete porteño, junto a los jóvenes que decidieron comprarlo, gastaron alrededor de 100 mil pesos en refacciones. Sin embargo, ninguno de los esfuerzos ni las promesas hechas alcanzó para que los fanáticos de Sumo sintieran ese espacio como lo que era: un antro de perdición donde vivió un ser polémico, creativo, solitario, original, joven, desenfrenado, pelado, medio asceta, volador, heroinómano en recuperación y alcohólico en progreso.

Por eso, Alberto Villar, quien lo escuchó llorar hablando de Roma y vivió de cerca toda su estadía en la casona de San Telmo, sostiene con muchas reservas a la hora de hablar con los periodistas que “la casa del pelado se fue con su muerte. Ahora, sólo quedan pedazos de recuerdos”.

“El Suizo”, como lo llamaba Luca, pasó gran parte de su vida en el local de iluminación de su familia, hoy transformado en cantina, que comparte una de las paredes con el edificio de Alsina 451. Es vecino con todas las letras: no sólo tenía un pedazo de hormigón en común con Prodan, sino que también compartió con él la ginebra, los “quiebres” y noches enteras sin poder conciliar el sueño por los gritos de su amigo. “Había madrugadas en las que el pelado no nos dejaba dormir. Aullaba como un desaforado pidiendo que dejen de rebolear cadenas, que dejen de arrastrar maderas. Nosotros asumimos siempre que era parte de la locura de sus excesos. Pero años después, cuando ya estaba muerto, un día se nos derrumbó el piso del comercio y empezamos a ver cosas raras”, cuenta Villar.

Ese día, descubrieron que debajo del suelo de su local había unos antiguos pasadizos ocultos que cruzan toda la manzana y que, por la historia del barrio, asumen que tienen como destino la Basílica Franciscana. “San Telmo es una zona antigua muy bien conservada. Como se sabe, se caracteriza por ser casi un monumento histórico. Y los túneles se usaban hace siglos para comunicarse fácilmente y huir de la misma manera. Por eso, el hecho de haberlos descubierto no nos sorprendió. Pero nos quedamos pálidos al recordar lo que gemía el Pelado sobre las ánimas que caminaban debajo de él, sobre las cadenas y las maderas. Por esos pasadizos se transportaban esclavos, o personas que eran castigadas por la misma Iglesia. En una de esas, tenía algún sexto sentido ¿no? Nunca lo voy a terminar de entender”, concluye Alberto.

Quizás, esa conexión del músico con las almas que habitaron el pasado más próximo del barrio tuvo que ver con que compartían el mismo origen. San Telmo fue desarrollándose a lo largo del tiempo con un gran flujo migratorio. En este barrio convivieron todo tipo de idiomas y de hábitos traídos desde el extranjero. Y allí, en esas calles, casonas y almacenes, se alojaron las familias más adineradas de la ciudad hasta 1870, cuando una epidemia de fiebre amarilla azotó la zona. Tras el abandono de la elite porteña, el barrio fue ocupado masivamente por los inmigrantes pobres.

Como esos inmigrantes, Luca también vivió –voluntariamente, en su caso- el despojo de los hábitos refinados y la elección de una vida materialmente “pobre”. En Escocia, llegó a cursar parte de su primaria en Gordonstoun, el mismo colegio al que asistía el Príncipe Carlos de Inglaterra, a quien cuenta la leyenda que golpeó en público causando un incidente escandaloso para los directores de la institución. Y en Argentina, vivió en casas tomadas, prestadas o alquiladas por presos, en medio del ascetismo y los excesos absolutos.

Al igual que aquellas viejas mansiones abandonadas cedidas por la alta sociedad, la cantina de Alsina 447 tiene pisos de madera, techos altísimos y puertas labradas de hace más de 80 años. Como las calles y la gente que lo rodea, “El Suizo” sabe que es importante mantener los elementos del pasado en buen estado. Y por eso, si de conservar se trata, él tiene la exclusiva. En su interior todavía tienen la botella de ginebra “propiedad de Luca Prodan”, el estante donde guardaba sus vinilos especialmente traídos de Inglaterra, las sillas, las mesas, la antigua puerta que cuelga de unos de los rincones y una copia de su pasaporte camuflada en un cuadro de un metro cuadrado, detrás de todos los rojos y los azules. “No queremos hacer alarde con el legado que nos quedó. Por eso, todo lo que hay y fue de él lo sabemos sólo sus amigos, o quienes compartimos mucho con él. El documento detrás de la pintura, por ejemplo, lo hicimos hacer para que todos los boludos nos dejen de pedir una copia. Solamente se las damos a quienes creemos que realmente entienden lo que fue la filosofía del pelado, y eso se nota”, afirma.

I’m always breaking glasses, in other people’s rooms”, decía Luca en “Divididos por la felicidad”. Y es cierto: a pesar de su ida, el misterioso músico que vivió en la alta sociedad londinense, que estuvo preso, que viajó, se recuperó y volvió a caer tras el castigo de vivir años en el “útero de la madre eterna que es la heroína” sigue rompiendo vidrios, cristales y todo lo frágil de quienes supieron ver en sus canciones la respuesta al vacío de la modernidad, al descontento generalizado.

Sigue pegando trompadas al rock, avivando a quienes dormían, abriendo los ojos hasta de los que no querían ver. O simplemente, alojando en sus letras desesperadas a los que encontraron en la soledad de este humano, siempre humano, una soga para sostenerse cuando todo parecía hundirse. El pelado cala hondo, se mete hasta el fondo desde su melodía y su letra; su historia lo acompaña, como una viuda negra, y lo hace cada vez más mito, cada vez más intocable, y cada vez menos restaurable históricamente. Espacios recuperados, abstenerse.

“Ya no hay más monos, no existen. Si nos estamos extinguiendo nosotros y nuestro planeta, de los monos ni hablar. Pero, si es que llegan, llegan con todo, y yo los voy a ayudar”. Luca Prodan, (Roma, Italia; 17 de mayo de 1953 – Buenos Aires, Argentina; 22 de diciembre de 1987)

30.10.10

Mis adioses, mis regalos

Estaba sentada. Agotada y entera. Firme. Cuando lo escuchó, Cristina abrió la boca. En sus labios se leyó: “Dios mío”. El hombre la sacaba del inmenso dolor que la aplacaba, y la llevaba hacia un espacio mejor. Miró para todos lados buscando esa melodía, la del Ave María. Esa que venía de entre el tumulto de personas que habían ido a darle fuerzas. Se paró para buscarlo. Lo encontró. Le sostuvo la mirada mientras él entonaba cada vez más fuerte. El soprano Ernesto Bauer lo había decidido desde antes de entrar a la Casa Rosada. Quería regalarle a Cristina la posibilidad de engrandecer aun más el momento de despedida a su marido, con lo mejor que podía darle: su voz.


Durante los minutos que duró, el contrato entre el cantante y la Presidenta fue claro. Con posturas firmes y miradas sostenidas, ambos supieron que allí lo que se estaba declarando era el mayor de los respetos. Un respeto mutuo. Ella hacia él, por la posibilidad de brindar el arte supremo de transportar a las personas a espacios etéreos, efímeros e inmensos, y haber elegido ese como un momento para regalarlo. El hacia ella, por seguir en pie, por haber sido la compañera eterna de aquel hombre gigante, y por saberla portadora de la fortaleza necesaria para continuar avanzando.


Antes o después -el fluir de estas horas es confuso- también ellos habían ido a ofrendarle su corazón: el equipo de mozos que estuvo con Néstor durante toda su gestión estaba ahí para despedirlo. Los que le sirvieron café, lo conocieron triste y alegre, y compartieron miles de charlas, esas informales, las que rozan la confidencia y arrancan risas de complicidad infantil. Los hombres curtidos, los trabajadores de la infinita predisposición, portaban sus uniformes impecables y aplaudían hasta el cansancio a su amigo muerto. No, no eran de su familia. Pero seguramente habían compartido la misma intimidad que cualquier otro miembro de ella.


Por eso Aníbal, el contestatario hombre de fierro, se quebró. Porque los vio cercanos, cotidianos, y reconoció en ellos la misma tristeza por lo que se fue. De la pérdida del amigo, del compañero, del chistoso, del atrevido, del torpe, del astuto, del estratega, del chico y el adulto que ya no está cada mañana, cada tarde, cada noche en el espacio que el resto si habitará.


Los adioses fueron cientos de miles, de todos los espacios, razas, credos, sectores sociales, nacionalidades y géneros. Los regalos más impactantes, el de la música y el de la fidelidad, fueron los que quebraron en llantos imposibles de contener a la voluntad de cualquiera, aún de los que hayan querido fingir que este funeral podía ser uno más en la historia del país.



29.10.10

Gracias y fuerza

Desde su significado simbólico, la ofrenda es un acto de amor y de despojo en tributo a otro ser, con o sin entidad física. Desde la acción popular, el manto de frases que cubren el piso de Plaza de Mayo y las cortinas interminables de carteles colmados de palabras en las rejas de la Casa Rosada significan mucho más que eso.

En esas decenas de miles de expresiones, la gente no sólo pronunció su amor a una figura que los guió hacia algo mejor. Además, y sobre todo, le dijeron GRACIAS al hombre que se fue y le gritaron “¡presente!” a la mujer que se queda. Reconocieron en cartulinas, banderas, tarjetas, camisetas de fútbol, fotos y servilletas; con letra improvisada y movida, con faltas de ortografía y sin ellas, el trabajo logrado, la dignidad repuesta, la igualdad obtenida, el pasado superado y la construcción de los cimientos de un fututo más equitativo.

Los argentinos estuvieron allí, porque saben que compartir el dolor siempre es necesario. Encontrar letras para plasmar el vacío, reconocerse en las mismas caras de angustia repetidas mil veces, elaborar un dominó de gritos, cantar enfurecido y saltar en melodías de aliento, fueron las formas que las interminables columnas de ciudadanos eligieron para dejar su firma y aclarar que cada vez que se los necesite, estarán ahí para renovar el compromiso.

Para los canallas que se regodean con la muerte de un adversario que políticamente no podían superar, la muerte de Néstor Kirchner representa “el fin de una época”. Para las cientos de miles de personas que se movilizaron desde todas las provincias del país y dejaron allí su huella, esta pérdida no sólo no termina con algo, sino que retoma aun con más fuerza la idea de país que viene construyendo desde hace años.

“Néstor con Perón, el pueblo con Cristina”, reflexiona una de las banderas más grandes que atraviesa la calle Balcarce. El líder finalmente se junta con el General, y la Presidenta toma impulso, limpia sus lágrimas, se sostiene erguida, mantiene la mirada entera, abraza firme a todas las generaciones que la acompañaron en su momento más triste, y sigue adelante, siempre adelante.

28.10.10

Finitos o infinitos


La muerte, se sabe, es la mayor incógnita para todos los humanos. Y por eso, las grandes pérdidas nos dejan así: helados, sin aliento, frágiles…en pausa.

Si, ya lo sabíamos, pero muchas veces nos olvidamos de recordarlo: aun con más exposición, más responsabilidades y menos intimidad, los grandes líderes siguen siendo siempre humanos, demasiado humanos. Y por eso, la muerte de Néstor Kirchner nos cachetea en plena luz del día. Para que tengamos siempre presente la vulnerabilidad de nuestra cualidad finita.

Kirchner se fue y, como en su vida, destapó la movilización. Inspiró carteles, llamados a los medios, comunicados públicos y privados, viajes de compañeros desde el extranjero, cartas y llantos de pueblo, y la confluencia de todos y cada uno de los sectores de la ciudadanía y de la política en un solo mensaje. Se fue el gran animal político, el personaje intrépido que se subió al caos de un territorio en llamas y lo domó hasta llevar al país a un lugar seguro, fortalecido y estratégico.

El ex presidente, Secretario General de la UNASUR y titular del PJ demostró ser finito como cualquier ciudadano. Pero, a diferencia del resto, deja plasmado en cada decisión que se transformó en ley el trazo de su pensamiento y sus ideas para seguir dándole forma a un proyecto que debe ser continuado.

Los jubilados, los trabajadores, los alumnos, los latinoamericanos, los argentinos, los hijos universales. Todos tienen en su poder la capacidad de demostrar que en su compás final, Néstor llegó a decir lo que siempre quiso decir. Que de éste se puede hacer un país digno, que se sostenga sobre su propio eje. Con amigos fieles y opositores identificados. Una Argentina que ya no quiere ser gris, ni tibia, porque ahora sí, busca con carácter posicionarse para estar mejor.

Para que el legado infinito de un ser finito pueda seguir en pie, se necesita que todos los que piensan que el show debe continuar den el presente, y demuestren que mucho más allá de una persona, una proyección de país tiene que ver con las ganas de salir adelante y las energías que se le dedican a que eso sea posible. Fuerza, Presidenta.